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El faro

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  • El faro

    Donde terminaba el malec?n y empezaba el muelle estaba el viejo faro, blanco y redondo, con una peque?a puerta, una ventana circular hasta arriba y una inmensa linterna. La puerta estaba usualmente entreabierta y se podía ver una escalera de caracol. Era tan invitadora, que un día no pude resistir aventurarme en su interior, y una vez dentro, subir. Tenía trece a?os, un ni?o alegre de pelo oscuro; mi paso cargaba la mitad de mi peso actual en todos sentidos, y podía entrar a lugares donde no lo puedo hacer ahora, deslizarme con ligereza y sin escrúpulos de si sería bien recibido.

    El pueblo -un balneario a la orilla del mar con un buen puerto en Gales del Sur- era ajeno a mí. Mi casa estaba muy lejos del mar, en un pueblo italiano en las monta?as, y había sido enviado a Gales por mis padres para pasar el verano, quedarme con amigos y mejorar mi ingl?s. Nunca antes había salido de Italia. El pueblo lejano, el mar, las vacaciones, el verano, todo se sumaba a mi júbilo. El a?o tambi?n. Era 1937, e Inglaterra había comenzado a rearmarse; había una sensaci?n de despertar en el aire. ``En Bristol'', recuerdo que el jefe de familia donde me quedaba decía en voz baja y con una sonrisa agazapada, ``est?n construyendo m?s de cien aviones al mes.'' Las amenazas, escarnios y alardes de los fascistas estaban frescos en mis oídos, así que me hacía muy feliz escuchar esto. Todo me hacía feliz. Observaba a las gaviotas volar en círculo, salvajes; hacían parecer mansos a los petirrojos en el pasto. En Italia, excepto las palomas en las plazas, las aves nunca se acercaban. Miraba a las olas chocar contra el muelle con una violencia de la que nunca había sido testigo, despu?s rebotar para encontrarse y apaciguar la bravura de la siguiente. Hice muchas cosas que nunca había hecho antes -vol? papalotes, patin? en ruedas, explor? cuevas tapizadas con estalactitas, chapote? en los charcos que dejara la marea, visit? un faro.

    Visit? un faro. Subí la escalera de caracol y toqu? a la puerta hasta arriba. Me abri? un hombre que parecía la imagen de lo que un farero debía ser. Fumaba una pipa y tenía una barba canosa. Como un hombre de mar, llevaba una gruesa chaqueta azul marino con botones dorados, pantalones haciendo juego y botas. Sin embargo tambi?n tenía algo de la tierra -una mirada bien puesta, plantada con firmeza, y sus botas podían haber sido las de un campesino. Ba?ados por el oc?ano, sostenidos por la roca, el faro y su cuidador estaban en medio, sobre la delgada y larga franja de agua y tierra, perteneciendo a ambos y a ninguno.

    ``Entra, entra'', dijo y de inmediato, con ese particular poder que tienen algunas personas de ponerte a gusto, me hizo sentir como en casa. Parecía considerar muy natural que un ni?o viniera a visitar su faro. Desde luego un ni?o de mi edad lo querría, toda su actitud parecía estarlo diciendo -debía haber m?s personas interesadas en ?l, m?s visitas. Pr?cticamente me hizo sentir que ?l estaba allí para ense?ar el lugar a los extranjeros, como si ese faro fuera un museo o una torre de importancia hist?rica.

    Bueno, no era nada de eso. Estaban los barcos, y ellos dependían del faro. Sus m?stiles estaban a nuestro nivel. Las gaviotas cruzaban por las ventanas a cada lado. Afuera del puerto estaba el Canal de Bristol, y en el lado opuesto, apenas visible, a unas treinta millas de distancia, la costa de Sommerset como un banco de nubes. A nuestra espalda estaba el pueblo con sus techos de pizarra, y el malec?n con sus caminantes que no advertían ser observados desde arriba.

    Tenía un gran telescopio -el lat?n muy bien pulido- sobre un pedestal y apuntando al mar. Dijo que podía mirar a trav?s de ?l. Vi un barco bajar por el Canal de Bristol, una ola rompiendo a lo lejos -su salpicar, la espuma- y escarpados distantes y gaviotas volando. Algunas estaban tan cerca que eran sombras r?pidas sobre el campo de visi?n; otras, muy distantes, parecían apenas moverse, como si descansaran en el aire. Yo descans? con ellas. Aún otras, volando en línea recta, aleteando con firmeza, progresaban muy poco a trav?s del peque?o círculo, tan amplio era el círculo de cielo que el telescopio abarcaba.

    ``Y esto'', dijo, ``es un bar?metro. Cuando la manecilla se hunde, hay una tormenta en el aire. Ahora se?ala `Variable'. Eso quiere decir que en realidad no sabe lo que va a pasar, como nosotros. Y eso'', agreg?, como alguien que est? dejando la mejor parte para el final, ``es la linterna.''

    Levant? la vista hacia el inmenso lente con su bulbo de muchos miles de bujías en el interior.

    ``Así es como lo enciendo en el crepúsculo.'' Se dirigi? a la caja de controles cerca de la pared y puso la mano en una palanca.

    No pens? que lo encendería s?lo por mí, pero lo hizo, y la luz apareci?, lenta y poderosamente, como lo hacen las luces fuertes. Podía sentir su calor sobre mí, como el del sol. Yo brillaba con aprecio, y ?l se veía satisfecho. ``¡Chispas, es maravilloso. Súper!'' Exclam? y lanc? todas las nuevas palabras elogiosas que había aprendido -las viejas tambi?n, como ``hermoso'' y ``encantador''.

    ``Se queda prendido por tres segundos y apagado por dos. Uno, dos, tres; uno, dos'', dijo marc?ndole el tiempo, como un maestro dando una lecci?n de piano, y la luz parecía obedecer. En verdad sabía cu?nto tiempo exactamente permanecía encendida. ``Uno, dos, tres'' dijo y baj? la mano como un director de orquesta. Despu?s con las dos, como el Creador, parecía pedir por la luz, y la luz llegaba.

    Yo miraba encantado.

    Apag? la l?mpara. Se extingui? despacio. ``¿De d?nde eres?'', me pregunt?.

    ``De Italia.''

    ``Bueno, todas las luces de distintas partes del mundo tienen ritmos distintos. Un capit?n de barco, mirando ?sta y tom?ndole el tiempo, sabría cu?l es este faro.''

    Asentí.

    ``Ahora, ¿querrías una taza de t??'', dijo. Tom? una taza y una jarra azul y blanco de la alacena y verti? el t?. Despu?s me dio una galleta. ``Debes venir y ver la luz en la oscuridad alguna vez'', dijo.

    Una noche volví allí ya tarde. La luz del faro iluminaba un gran estrecho del mar, los barcos, el malec?n; y la oscuridad que seguía parecía m?s oscura que nunca. Tan oscura, tan penetrante y tan duradera que la luz de la linterna, poderosa como era, no parecía m?s fuerte que la de una luci?rnaga y casi tan efímera.

    Al final del verano regres? a Italia. Para la Navidad compr? un panforte -un tipo de panqu? de frutas, la especialidad del pueblo donde vivía- y lo mand? al farero. No pens? que lo volviera a ver otra vez, pero al a?o siguiente estaba en Gales, no de vacaciones sino como refugiado. Una ma?ana despu?s de haber llegado, fui al faro para enterarme de que el viejo se había retirado.

    ``De todas maneras, todavía viene'', dijo el hombre mucho m?s joven que ahora ocupaba su cargo. ``Lo encontrar?s sentado afuera cada tarde, si el clima lo permite.''

    Regres? despu?s de la comida y allí, sentado en una saliente del faro junto a la puerta, fumando su pipa, estaba mi farero con un perro peque?o. Parecía m?s pesado que el a?o anterior, no porque hubiera subido de peso sino porque parecía haber sido colocado en esa saliente y que no se podría desprender de allí sin ayuda.

    ``Hola'', dije, ``¿Me recuerdas? Vine a verte el a?o pasado.''

    ``¿De d?nde eres?''

    ``De Italia.''

    ``Ah, yo conocí a un ni?o de Italia. Un ni?o muy agradable. Me mand? un panqu? de frutas para Navidad.''

    ``Era yo.''

    ``Ah, era un ni?o estupendo.''

    ``Yo fui el que lo mand?.''

    ``Sí, vino de Italia. Un ni?o muy agradable.''

    ``Yo, yo, era yo'', insistí.

    Me mir? directo a los ojos por un momento. Sus ojos me descontaron. Me sentí como un intruso, alguien que intentaba tomar el lugar de otro sin tener derecho a ello. ``Ah, era un ni?o muy agradable'', repiti? como si el visitante que veía ahora nunca pudiera igualar al del a?o pasado.

    Y viendo que tenía tan hermoso recuerdo de mí, no insistí m?s; no quería destruir el cuadro. Estaba en el momento de la vida en que los ni?os de pronto se vuelven torpes, pierden lo que nunca podr? ser ganado de nuevo -una mirada floreciente, una frescura temprana- y entran en una etapa desacostumbrada en donde cientos de cosas se las ingenian para estropear la gracia de su ejecuci?n. Yo no podía ver este cambio, este extra?o periodo en mí, desde luego; pero de pie frente a ?l, sentí que nunca podría -nunca sería posible- ser tan agradable como había sido el a?o anterior.

    ``Ay, era un ni?o muy agradable'', dijo de nuevo el farero y pareci? perderse en sus pensamientos.

    ``¿Lo era?'', dije como si estuviera hablando de alguien que yo no conocía.

  • #2
    Re: El faro

    es bueno...
    me gusta la narrativa...

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    • #3
      Re: El faro

      al fin....!!!

      algo rico para leer en la ma?ana antes de ir a clases...!!!


      Gracias bh
      sigpic
      Lo importante no es saber... sino tener el teléfono de quien sabe

      mutatis mutandis

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      • #4
        Re: El faro

        'alzJaime'??

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        • #5
          Re: El faro



          FAN DE MISHE

          "Zombie de thriller" By Mishelle

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