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    Ya le digo se?ito, el Lurio era bien corrioso desde chiquito. Si le digo que cuando venían los camiones llenos de animales, el Lurio era el primero en agarrar el suya pa’ su casa. Se iba rete contento cerro pa’ arriba con su becerro, o su chanchito. Nosotros, los del pueblo, le decíamos que se fuera menos apresurado, que la vida es lenta. Porque es lenta, ¿o no se?ito? Yo siempre le digo a mis chamacos que no se me apresuren porque pueden acabar como el Lurio. Pero ya le iba diciendo se?ito, el Lurio desde que era un chamaquito, chiquito como un costal de arroz, le trajo problemas a su madre. La Maruja, como le decíamos en el pueblo, se quejaba de que el Lurio le mordía las chichis cada que le daba de comer. Las chichis, son los pechos, como ustedes les dicen. Cuando un becerrito le muerde mucho las ubres a las vacas, pos no lo traemos ac? y le damos la leche nosotros. Pero la Maruja no tenía m?s leche que la de ella, la de sus pechos. Nos contaba, a la comadre y a mí, que le dolía así como si le metieran agujas, ya tenía sus chichis muy dolidas. Tanto que tuvo que dejar al Lurio sin su leche de ella. Como a veces no le alcanzaba pa’ comprarnos leche de vaca, tenía que cocer arroz en una ollita, y el pobre Lurio tenía que bastarse con eso. Yo a veces, cuando le comento a mi viejo, le digo que segurito fue el arroz el que le hizo da?o al Lurio. Aunque como todos saben, a Lurio le hizo da?o una piedra.
    Todo pas? un día, me acuerdo que era de los primeros días del a?o, en las caba?uelas. Y vinieron nuestros se?ores de la ciudad, con sus camionetotas grandotas grandotas llenas de animales. Nosotros… ¿sabe lo que son las caba?uelas? Pero ¿c?mo va a saber se?ito? Ustedes no creen en esas cosas ¿o sí? Las caba?uelas son los días en que vemos como nos va a ir con la cosecha, así aprendemos como va a ser el clima. Pero le decía se?ito, perdone si la entretengo, se?ito, ¿no tiene prisa? Pos llegaron entonces las camionetas y traían muchísimos animales. Como siempre, el Lurio estaba hasta adelante, y su mam?, la Maruja, le había encargado que se llevara pa’ arriba, pa’ su guacal, un borreguito. Cuando lo agarr?, el borrego se le enoj? mucho y quería topearlo, pero el Lurio lo agarr? y le amarr? sus patitas. Lo arrastr? desde donde nos dejaban los animales hasta arriba del cerro. Cuando lleg?, el borrego ya estaba muerto. ¡Muchacho pendejo!, le dijo la Maruja, ¡era nuestra comida! La Maruja pensaba engordarlo pa’ com?rselo a fin de a?o, pero sus planes se le aguaron. Mand? al Lurio a que lo tirara a la zanja donde tir?bamos los animales muertos. Podían haberle comido sus carnes, aunque eran pocas, pero la Maruja estaba muy enojada. Así que luego luego, nom?s fue a la letrina el Lurio, se tuvo que llevar el borrego. Como ya estaba cansado, se lo amarr? con un mecate a la cintura y lo arrastr? hasta la zanja. Cuando lleg?, yo estaba cerca porque ahí, por donde andaba el Lurio, las se?oras y yo lav?bamos la ropa. Lo vi con estos ojos se?ito, cuando lanz? el borrego a la zanja que medía bastante, tantito m?s alto que usted. Al tonto se le olvid? desamarrarse y se cay? con todo y borrego. Su cabeza se le quebr? con una piedra. R?pido que me levanto y fui a ayudarlo para que se mejorara, pero ya su sangre había corrido mucho por el suelo.
    Todos en el pueblo creemos que se le sali? la salud por la cabeza, porque a partir de ahí, ya no corría ni salía de su casa. Una vecina mía, la Cuquita, me decía que había oído gritar al Lurio una vez por la noche. Se decía que la Maruja lo tenía encerrado, pa’ que no se alocara afuera. Yo creo, se?ito, se lo digo sinceramente, que la Maruja lo encerr? por lo del borrego. Pero así se nos perdi? el Lurio durante mucho tiempo, hasta que la Maruja se nos muri?. A partir de entonces veíamos al Lurio salir a la calle. Cuando lo vimos por primera vez, quisimos saludarlo pero el Lurio nos hizo pa’ atr?s. Nos quería aventar piedras. Decía quien sabe que cosas se?ito. No le entendíamos. Luego decían que lo habían mirado por el campo corriendo desnudo. Otros decían que se comía sus… Se?ito, no se vaya a ofender. Pero se comía el esti?rcol. No sabíamos si el suyo o el de los animales. Tambi?n teníamos que esconder las gallinas, porque por ahí decían, se?ito, no me va a creer, pero decían que se amaba con las gallinas. Ya sabe usted como se?ito. Cuando por fin se nos calmaba y se sentaba a platicar, nos decía que por la noche veía venir a unas cosas que venían volando. Como platotes, nos decía. Según el Lurio venían porque la gente, que pos ?ramos nosotros, nos port?bamos mal. Que no se toca, decía cuando se nos ponía mal, no se toca. El pobre andaba mal se?ito, rete mal. Hasta nos dijo que un día iban a venir por ?l, los del platote, los que le hablaban desde su cabezota golpeada.
    Pero quien lo iba a decir se?ito, que sí vinieron por ?l. Una noche de esas en las que la luna se nos esconde y todo se pone m?s oscuro que siempre, el Lurio desapareci?. Yo había salido, como salía todas las noches, a revisar el establo, y vi unas luces muy bonitas en el cielo. Ya me había dicho mi compadre que se iba a esconder la luna un rato, pero yo no sabía que era así se?ito. Era todo eso muy bonito. Como un ?rbol de esos con lucesitas de la ciudad. Hasta hubo un momento que me dio miedo se?ito, no me va a creer pero pens? que se nos caía el cielo. Me asust?, pero me sorprendi? m?s ver al Lurio correr pa’ arriba del cerro, como pa’ alcanzar el cielo con sus manos. En eso que levanto a mi viejo y le digo que pos vaya por el Lurio porque eso se estaba poniendo rete feo. Y ahí va mi viejo pa’ arriba del monte. Volvi? rete enojado diciendo que no había ningún Lurio por all?, que pinches huisaches sí espinan. Yo seguí muy preocupada. Despu?s de todo se?ito, el Lurio era del pueblo. Uno se preocupa. A la ma?ana siguiente no había rastro del Lurio por ningún lado. Ya nunca m?s apareci?. Mi compadre dice que se lo ha de haber comido un coyote. Pero yo creo que se lo llevaron las luces se?ito. El Lurio no estaba loco se?ito, vinieron por ?l. Al menos, eso me gusta creer.

    FIN

    - Codino -
    Todo amor es fantasía:
    él inventa el año, el día,
    la hora y su melodía;
    inventa el amante y, más,
    la amada. No prueba nada,
    contra el amor, que la amada
    no haya existido jamás.
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